martes, 15 de septiembre de 2015

Saber leer

   Arranca hoy una nueva asignatura: Literatura universal, cuyo único propósito ha de ser enseñar a leer bien. La literatura es un arte de manifestaciones amplísimas, pero comprenderla puede no ser tan fácil ni tan habitual.
   Es cierto que se puede (y se debe) leer para disfrutar, pero, como cualquier arte, construye su significado partiendo de una serie de convenciones sociales e históricas. Esta puede ser una manera de aprender a disfrutar no solo con la literatura que nos seduce como aficionados a la lectura sino a comprenderla en todas sus posibilidades.
   Lo explica mejor Antonio Domínguez Hidalgo:

   Abordar un texto literario con propósitos de estudio, más que de mera diversión, requiere tener una serie de herramientas y estrategias para descubrir ese laberinto de sentidos que un cuento, un poema, una leyenda o una novela, entre otros formatos de la literatura, presentan en su manifestación escrita.
   Por supuesto que se puede leer simplemente una obra literaria sin más propósito que disfrutar de su trama y enterarse de lo que trata; de sus contenidos famosos; de impactarse con sus personajes o gozar con el ritmo de sus usos lingüísticos así como determinadas emociones que nos pueda proporcionar. Todo ello constituye un acercamiento lector superficial y acaso evanescente, tal como sucede con los éxitos de librería denominados “best sellers” o como en la tradición escolar acontece con las clases de literatura donde se atiborra al alumnado con fichas bibliográficas y con apariencias de comprensión lectora, radicadas de modo exclusivo en saberse el argumento del texto literario asignado. Se lee o se finge leer para cumplir con una calificación y nada más.
   Sin embargo, existe una finalidad más trascendental de la lectura de una obra de literatura y ésta consiste en descubrir todas las sutiles conexiones que constituyen su estructura y que van generando muchas posibilidades de mensajes, sorprendentes en la mayoría de las veces. Esto permite al lector efectuar una especie de buceo por el tejido textual de la epopeya, de la obra dramática, de la crónica, del ensayo o de cualesquiera de las variedades literarias arriba citadas.
   Para ello ha de prepararse con propósitos más profundos, como son los de comprender cómo la literatura resulta una equivalencia a la realidad de su tiempo de producción y por tanto una refracción de los acontecimientos de la vida humana, sus vicisitudes y sus enfrentamientos a las formas de pensar y actuar de variadas épocas históricas. La lectura entonces se convierte en fuente de sorpresas que nos permiten una mejor comprensión de la producción de la obra literaria, sus intenciones, su importancia como reveladora de significaciones que hablan de los valores existenciales de la humanidad.
   Todo estilo de vida estructura de una manera específica el estilo de la obra literaria. Un mundo esclavista o feudal transfiere su ideología a la epopeya, por ejemplo. Un sistema social mercantilista se dejará sentir en las obras literarias, y de arte, en general, con determinados rasgos que al contrastarse con los de mundos previos o posteriores, la ubicarán en el decurso de la experiencia humana, de sus angustias, de sus esperanzas, de sus opresiones, de sus emociones, de sus sueños y de sus realidades.
   Si un lector que se aproxime a leer un texto literario: cuento, novela, epopeya, poema, ensayo, crónica, drama, se prepara con nociones, por lo menos, de cómo, porqué y para qué se ha constituido la obra que lee, su captación será más enriquecedora de sus competencias cognitivas y afectivas.
   Leer a ciegas puede llevarnos a no darnos cuenta o dejar pasar inadvertidos, los tesoros que laten en los textos literarios. Si se conoce, aunque sea algo de la teoría producida en torno de ellos, podremos incrementar nuestro deleite de descubrir en un mundo de fantasía e imaginación que constituye la verdadera literatura, las raíces de sus realidades profundamente humanas.


Antonio Domínguez Hidalgo, Literaturidad. Ensayos de semiótica literaria.