martes, 26 de abril de 2016

Cervantinos y quijotescos

   Hace cuatrocientos años que murió Cervantes y de repente todo el mundo habla de él y de su obra maestra. Se dispensan elogios por doquier, incluso de quien no conoce demasiado a Miguel ni a Alonso, que así se llamaba en realidad (es un decir) don Quijote. También, como todos los años, un escritor se sube al púlpito e intenta convencernos de que es un digno epígono. Y es cierto que Cervantes merece los elogios de ahora, aunque quizá todos en una semana resulten excesivos y probablemente los mismos que lo tienen en la boca a todas horas se olviden de él el año que viene. Lo interesante, a estas alturas, sería comprobar hasta qué punto ambos personajes, el real y el ficticio, siguen diciendo algo.
   He dicho que se habla mucho de El Quijote. Pero tal vez no se interprete como debiera. Cervantes construyó ese personaje inolvidable como un tipo cómico, alguien completamente ridículo. Su exageración ha causado risas y sonrisas a millones de lectores de todos los tiempos y en cualquier lugar. Pero no es alguien admirable ni su autor pretendía que lo fuera. Algo parecido puede decirse de Sancho, tan quijotesco como su amo (al menos para quien haya leído la segunda parte). Personajes de poco recorrido si no fuera por...
   Don Quijote y Sancho han llegado mucho más allá que cualquier otro personaje cómico. ¿Por qué? Resumámoslo en una palabra: porque lo quijotesco es contrarrestado por lo cervantino. Igual que Cervantes acabó entusiasmado por las posibilidades de esa pareja peculiar para hacer reír, también se dio cuenta de que debían ofrecer algo más al lector. El contrapeso de sus ridiculeces, las palizas, los golpes, las burlas, la exhibición de su torpeza o su calamidad son los momentos de conversación, de amistad, de interés por los otros compañeros de camino y posada. Para eso a Cervantes le hacían falta los dos. Uno no bastaba. Ambos tenían que tener el punto de "locura" suficiente para demostrar que su extraña amistad era factible y necesaria. Y la suficiente inteligencia como para sentirse entusiasmados y defraudados por lo que ven y les ocurre. Dos hombres completamente diferentes en formación y clase recorriendo caminos polvorientos con la excusa de la caballería, un ratito de locura para ver mundo y no quedarse aburridos en casa, en su pueblo. Tan razonables parecen juntos, que a veces Cervantes consigue que a través de ellos veamos la estupidez de los que supuestamente están "cuerdos". Horas, días, semanas compartiendo queso y cama mientras charlan.
   Lo cervantino, extraordinaria virtud, es eso: asumir con escepticismo que el ideal es inaccesible, pero irrenunciable. Ahí está el equilibrio. No son necesarios estúpidos Quijotes idealistas, como dicen algunos. Para afrontar el mundo, la vida, el camino hace falta el punto de vista que construye Cervantes en su novela: entre la desfachatez y la heroicidad, entre la presunción y el servilismo, entre el aburrimiento y la aventura, entre la sinrazón y el sentido común. Sus lectores tenemos ese privilegio, el de mirar el paisaje con la relativa sorpresa de quien reconoce algo familiar en el camino.
   Para mí está claro: lo difícil, lo estimable, lo meritorio es lo cervantino. De lo quijotesco tenemos de sobra.

   Para completar la entrada os dejo aquí unos buenos ejemplos de la repercusión de este señor que, desde su escritorio mediocre, acabó construyendo algo excepcional:
  • Serie completa sobre El Quijote de RTVE (5 capítulos), de Manuel Gutiérrez Aragón.
  • Adaptación radiofónica de la Cadena SER (1955).
  • Cuentos de Marco Denevi (otra visión de El Quijote).
  • Vídeo sobre la exposición "Cervantes: de la vida al mito", donde se muestran sus pocos documentos autógrafos conservados, su partida de bautismo, sus libros y los de otros autores, los dibujos, cuadros y esculturas que le hicieron homenaje.